Abro el refrigerador, plástico por todas partes, tomo aquel donde se asoman las lechugas, el del queso, el de crutones, un aderezo de mostaza embotellado, cierro. Cojo una manzana de la canasta de frutas, veo todo esto preguntandome cuanto se han deformado estos nombres desde que aparecimos: ¿como sera una verdadera lechuga? quizá viva menos, sea más verde, más fresca, más limpia, sin humanos. O como serán los crutones verdaderos, quizá vengan de lo que realmente es pan y no aquella fórmula que tomo el nombre prestado como su compañera leche. Al abrir aquella caja enorme, metálica y tan fría siento como si nos quisieran hacer sentir tan cerca de lo llaman real, cuando estamos tan lejos. Comienzo a pensar que la sociedad es el refrigerador y yo soy aquella lechuga, ó más bien aquella leche falsa que tomo el nombre prestado. No podemos hacernos llamar humanos, como los que realmente lo han sido, sino animales. Miro a los ojos de mi mascota, deseando ser ella y no aquel contaminante sentado sobre el suelo. ¿Realmente estos escritos servirán de algo? No estoy descubriendo el hilo negro, simplemente admitiendo la debilidad ante un monstruo llamado sociedad que se alimenta de nuestro miedo, cual succionamos de sus diversas tetillas: tv, radio, impresos, internet, gobierno. Preferiría no saber nada, pues no entiendo el motivo de mi percepción. Es como levantarme molesto en la sala de cine, salirme, sin entender porque todos siguen adentro viendo esa mierda, sobre aquella competencia tan estúpida. Lloraré, dormiré, esperando levantarme de mejor humor."
- fragmentos tomados del libro "La Eterna Intención" de A. G.
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